De memoria

Mis ojos…

Carlos Ferreyra

La historia la he repetido como plañidera, sólo diré que al cuchillero que me dejo sin un ojo, hasta en este semisalvaje país le hubiesen retirado la licencia, obligado a reintegrar la suma pagada por la operación y hasta una indemnización por el daño causado.
¿Cárcel? Quizá porque el hombre sustrajo a un derechohabiente para procesarlo en su consultorio privado; cobró una determinada cantidad sin que eso garantizara la extensión del servicio hospitalario.
Y la cereza del pastel: casado con una señora, dicen bipolar, empeñada en practicar la cirugía ocular, pues me tocó la ventura de ser su conejillo. Es versión.
Este señor es cirujano en La Raza, cabría investigar si se trata de una redituable costumbre. Y no digan nada, si no hubo reclamos ni denuncias, es porque esta de por medio un cuñado, fueron criados desde pequeños, juntos.
¿A qué viene el rollo? Pues a que en las pasadas dos semanas comencé a perder la visual del ojo presuntamente sano. Y si antes me era imposible leer en papel impreso, hoy se me pierden las letras, sin importar el tamaño, en la pantalla.
La pérdida de un ojo no es nada mas ver un poco menos. No, se trata de la pérdida del entorno, del sentido de la distancia y hasta de los colores.
Cuando la pérdida es a temprana edad, se aprende a paliar estos efectos. Empero, cuando la edad es avanzada debemos acudir al refranero popular: chango viejo no aprende maromas nuevas.
A reserva de en algún momento
consultar a los milagrosos oftalmólogos poblanos, les comento: un fino rosario de lucesitas que giran permanentemente ante mi farol disponible, ha sido mi perpetua compañía hasta ahora.
Ademas de una tenue nebulosa que no me deja identificar el rostro de quien este en el otro lado de la mesa del comedor, las cadenitas luminosas se convirtieron en bolas negras que dan vueltas y revueltas, sorpresivas y adiós lectura… o escritura.
Me propongo escribir textos más cortos, intentaré ser más breve pero directo. Debo expresar aquí mi eterno agradecimiento a quienes han dado hospedaje a mis sandeces.
Y, como diría mi personaje predilecto, el Cantinflas siciliano, Catarella, ruego perdonanza aunque advierto que con extremo esfuerzo seguiré asestándoles mis bilis e intemperancia.
Muchos habrá que se mostrarán alegres, otros, curiosos pero con todos ellos coincido en que mi alejamiento de las letras no significa una pérdida grave para la literatura universal.
Solo pido que me aguanten…
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