De memoria

La perra vida…

Carlos Ferreyra

 

Le recuerdo al lector el publicitado episodio urbano del Cartel de las Pulgas, un hecho que enfrentó a la policía montada con los canes del cerro de la Estrella…. Allí donde festivamente los borrachos crucifican cada uno de los suyos, vivíamos en santa paz, en hermosa libertad, los miembros de la pandilla no se metían con nadie.

 

Pero un día los acusaron de robar carteras y tras una infame cacería, se agregó a la acusación la violación de una niña.

 

Lo único que pensé, háganme “el refabrón cabor”, a las autoridades no se les ocurrió buscar entre sus uniformados que aprovecharon la tarea para ellos sí, asaltar parejas.

 

Como sea concluí que la libertad con pan es buena, así que emprendió un viaje de dos días para llegar a las colonias acomodadas del poniente.

 

Allí en cine al aire libre vi la película Perro Mundo, una sarta de bestialidades y atrocidades imaginadas y perpetradas por entes bípedos de mente sucia.

 

Decidí adoptar un bípedo y para mi fortuna me topé con uno de cara boba, joven y se miraba de buena posición económica.

 

No se equivoquen, en mis largas correrías aprendí a conocer a los bípedos, los crueles, los indiferentes y los nobles que hoy llaman animalistas.

 

A esos se les mira el rechazo por los cachorros de su propia clase. Son ideales para que los adoptemos.

 

Pensé rápidamente, brincotee a su alrededor, unos discretos ladridos acompañados por gemiditos.

 

Cuando me miraba, movía el rabo y agachaba la cabeza. Lo imaginaba correspondiendo las señales pero el bípedo carecía de rabo a la vista, claro.

 

Se agachó, me levantó y me llevó a una veterinaria donde una mujer sádicamente se bañó dos veces seguidas y luego, dijo, me desparacitó.

 

Ya la hice, ahora debo pensar qué nombre le pongo. Con un amigo suyo, dijo que me llamaría Solovino, pero le recordaron que ese es apelativo unpppppara las mesnadas o clanes palatinos.

 

Optó por Cuco, en derrame de expositor matutino, sacó una pésima derivación de cucaracha. Como por arte de magia apareció mi recipiente para mi comida, al frente y junto al hombre, un infectó bicho de cara redonda, ojotes pestañudos, dientes de burro calabacero y sobre la testa dos apéndices que parecen reflectores.

 

Cada ocasión más seguido, mi bípedo me acariciaba las orejas, mientras calculaba dónde le daría una buena mordida cuando decida volver a la libertad.

 

Entre tanto cumpliré con las premisas o los esquemas: comeré a mis horas, desalojar también a la hora prevista, orinare en los rincones que. Precisan mi territorio. Manifestaré alegría cada vez que vea al bípedo o a su compañera.

 

Rechazaré la perrera para amorosamente acostarme entre ellos, si se ponen festivos, en medio estaré para impedirlo.

 

Besos y caricias serán para. Mi rostro.

 

He meditado mucho en mi bípedo adoptado: ¿Tontejo? Eso pensando en que se cree el amo…

 

 

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