De memoria

Michoacán de los Cárdenas…

por Carlos Ferreyra
La primera ocasión que vi al general Lázaro Cárdenas me produjo tal impresión que mentalmente lo coloqué entre las más sagradas figuras de mi precario Santuario infantil.
En un imponente camión Mack cargado de aguas negras imperiales, transitábamos por una recta en la que encontramos estacionado un yip. Al lado, en actitud pensativa, el Santo laico michoacano.
Mi padre detuvo el transporte, bajamos y nos acercamos al prócer:
Mi general, dijo mi padre, ¿se ofrece algo, está bien?
Si, respondió, sólo estaba pensando.
Me miró, revolvió mi pelo con una mano que me pareció enorme y pregunto a “Fierritos”, así le dijo, si ese güerito era su hijo. Recibió la respuesta afirmativa y luego de algún intercambio de frases que no registro, nos despedimos y seguimos rumbo.
Íbamos creo que camino a los Once Pueblos no lejos del Lago de Chapala. El recorrido lo hicimos en silencio. Me sentía tocado por la mano de Dios (que después usó Maradona). Por ese estado catatónico fue que no recuerdo el diálogo con mi padre.
En esta suerte de adoración en que estábamos inmersos los michoacanos, fue que aceptamos que el hermano, Dámaso, un generalote residente en Guadalajara, gobernara el Estado, así, a larga distancia.
No había pretendiente al sitial de Melchor Ocampo desplazado en el imaginario por el general Lázaro Cárdenas, que llegase al Palacio de Gobierno sin la previa bendición de la Esfinge de Jiquilpan.
Pasaron años, progresivamente los Cardenas fueron perdiendo su refulgente, casi sacrosanto halo, pero igual llegó al gobierno estatal el hijo, Cuauhtémoc y después el nieto mayor, Lázaro cuyo mérito académico mayor era una licenciatura en percusiones en Cuba. Bongocero, para que quede claro.
Con tan adiestrado político, llegaron los Sahagún, hermanos de la Marta, a la sazón esposa del mandatario Vicente Fox, a quienes les patrocinó los más exclusivos y caros hospitales regionales.
Luego de un tiempo y en el poder Felipe Calderón, moreliano de cepa, por petición expresa del todavía gobernador, arribaron los verdes, el combate al narco y la moridero que no cesa.
Hoy, Lazarillo es uno de los más importantes consejeros del presidente Andrés Manuel López Obrador quien, se sabe, ha tomado distancia del hoy jefe del clan Cardenas.
El otro varón, Cuatemito, aprovechando las espléndidas relaciones familiares, se convirtió en promotor cultural. Encontró una rica veta por explorar en el Festival Internacional de Cine de Morelia, pero sin descuidar otras vertientes igualmente o más generosas.
Mientras ocupa la vicepresidencia del Festival, inició la rehabilitación de un amplio espacio para la construcción del Teatro Mariano Matamoros. Esto fue en 2013 bajo la pésima y permisiva administración de Leonel Godoy que asignó 150 millones al proyecto. Tras un par de años sin resultado, el presupuesto subió a 190 millones de pesos. Ciertos avatares y la adquisición de “equipamiento” aq parecer butacas, los gastos superaron los 350 millones de pesos.
Luego de cinco años, con el local convertido en zona de desastre, el niñote decidió retirarse del proyecto y demandar al estado, pese a que el incumplimiento fue suyo. Demandó en busca de una indemnización impúdica por exagerada, pero sin soltar la ubre presupuestal del Festejo cinematográfico.
Ha acudido en diversas oportunidades ante los diputados federales, en busca de un presupuesto a su medida, la del Cuauhtemoc, no la del festival. Sin éxito, por cierto y con el inri de que hoy el gobierno estatal desconoce toda relación contractual con el heredero de las glorias tribales.
Quien quiera ver los despojos de lo que sería el teatro del bicentenario, en realidad para dedicarlo al Festival de Cine, puede hacerlo, está en uno de los bellos portales frente a la Plaza de Armas.
Décadas después, volví a ver al general. Visitaba a mi tío, el doctor Enrique Morelos en la calle Ricarte 90, a unas cuadras de la Villa y casi frente a la casa de dos jóvenes que le atribuían su paternidad.
Cardenas, sorprendido gratamente por la inteligencia y cultura de mi primo, también Enrique, sugirió al galeno que lo dedicara a la política.
Mi tío le dijo que su heredero sería médico y le respondió que don Lázaro dedicara al suyo, a Cuauhtemoc Cardenas Solórzano a esas tareas.
La respuesta, inolvidable: No, déjalo con sus negocios forestales, allí está bien. No creo que tenga patas pa gallo…
A los nietos debieron ponerles una fábrica de Chocolate Morelia Presidencial, aunque quien sabe si la Cuarta admita competencia.
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