De memoria

El país de los libres…

Carlos Ferreyra

Con el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, recargados en las vigas superiores del gran picadero, admirábamos la destreza con que los “juanes” manejaban a los magníficos ejemplares equinos.
Estábamos en el criadero de caballos, cerca de Cuauhtémoc, Chihuahua. Allí, al desgaire el genial constructor comentó que esa era una región donde privaba el contrabando, las drogas y el tráfico de seres humanos.
Y sin darle importancia mencionó a los grupos de origen holandés, emigrados de Estados Unidos, practicantes de variantes religiosas que les impedían usar artefactos modernos.
Pregúntele a ellos, tienen una “ententé cordiale” una política de vive y deja vivir. Los habitantes de las villas alrededor de sus campos de cultivo, circulaban en carromatos de carga, cuatro llantas, una bestia de tracción.
Y los días de oración ellos de traje rigurosamente negro, sombrero de ala media igual, negro y las mujeres vestidos de amplios vuelos y un gorrito como los que se usaban para los bebés. Además el delantal colorido.
Visité una de las colonias sin previo aviso. Me recibió un hombre muy robusto, colorado, en un enorme salón de una casa cualquiera. No parecía pastor pero sin duda era el Patriarca, rodeado de media docena de mujeres entre jovencitas y maduras y una parvada de niños impresionantemente iguales, rubios que casi parecían albinos.
Nunca pregunté si eran mormones, cuáqueros o si teñían otra práctica religiosa afín. No era mi tema y mientras intentaba ganar la confianza del hombre, miraba pulular por los alrededores a infinidad de adolescentes trabajando con sus overoles que ya no se usan: mezclilla, peto y tirantes con grandes bolsas.
Dos bicicletas bajo un alero me hicieron suponer que allí había trabajadores mexicanos. Pero de manera alguna a la vista.
Después de muchos minutos de plática, y sin haberlo mencionado, señaló que su tarea principal es garantizar la seguridad de la colectividad. Y por tal situación miraban y no juzgaban. Nueva recomendación y cerca del criadero fuimos a tomar, fui, un refresco en un tendajón al borde de una carretera larga lineal. El propietario, enterado de mi curiosidad, de pronto se levantó, señaló al fondo o quizá comienzo del camino y escuetamente dijo: ¡Ahí vienen!
Y sí, dos patrullas federales, una abriendo camino, el enorme tráiler con la mercancía y otra patrulla cerrando la breve caravana que era seguida por otro u otros grupos iguales.
Fue la primera vez que escuché de El Búfalo, el rancho de Caro Quintero que al ser invadido por el Ejército, decomisó, aseguran, 16 mil toneladas de hierba y apresaron o a lo mejor rescataron a mil 500, dos mil laborantes reclutados en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán
Era tan fantasiosa la versión, que de la triste nota elaborada sólo se publicaron un trío de párrafos.
Quedó la duda sobre el control de este trasiego criminal. No era una ciencia constatar la complicidad del gobierno mexicano, establecida formalmente por el presidente De la Madrid, con la garantía del reparto equitativo de utilidades.
Poco hubo que esperar para conocer la venta de armas a los narcos, negocio de la DEA bajo la máscara de detectar dónde se iban. Los sicarios felices, empezaron a contar con la famosa Barret calibre 50, apta para bajar helicópteros.
De la experiencia en esa visita al criadero caballar, quedó, queda aún la duda de quién recibía los Transportes, hasta dónde llegaban con su carga mortal y quién organizaba la distribución, a partir de qué plaza.
Con la desgraciadez cometida asesinando a medio centenar de inmigrantes, dentro de un tráiler que pasó casetas migratorias, estaciones de inspección de contrabando, un par de puntos de control de Seguridad Interior, para evitar la llegada de terroristas.
Bueno, todo eso cuesta y no sabremos cuánto ni a quién. No hablo de costos institucionales, administrativos, sino en el salpicadero de moches, mordidas y gratificaciones que se entregan durante el recorrido.
Hay, aparte, el convenio de las autoridades con la empresa transportadora que de acuerdo con versiones in situ, representa hasta un millón de dólares mensuales por unidad. No se especifica del número de viajes ni de personas contrabandeadas.
En esta nebulosidad informativa, asusta otro dato: por cada individuo entregado sano, se hay un pago de 700 dólares. Se retienen los documentos de los modernos esclavos. Para garantizar la recuperación.
Ahora vamos a la segunda parte de esta operación. Involucrados los gobiernos de ambos países, será imposible no digamos resolver y castigar el crimen, sino siquiera investigarlo.
Viene el peloteo. Ni siquiera habrá más lamentaciones porque sucedió en el País de los Libres, de la Justicia, del Orden y las batallas permanentes por los derechos humanos…
En tanto, recrearemos la vista en los sembradíos del legendario Búfalo, que a pesar de su extensión nunca pudo ser detectado.
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