Opinión

De memoria

Buñueladas…

Carlos Ferreyra

En la amplia sala de exhibiciones se escuchó el rugido de Gustavo Alatriste: ¡Garrido, es usted un imbécil!
La expresión real fue un poco más violenta y ofensiva. En contraste sonó la voz casi inaudible del director de la película de la que se estaban revisando, los “roches” o algo por el estilo.
La cinta, El Ángel Exterminador; el director, el Divino Sordo, Luis Buñuel y el productor o financiero, Gustavo Alatriste que gracias al patrocinio al cineasta hispano, trascendió en el mundo del espectáculo.
La historia se remonta a cuando Alatriste andaba tras la osamenta de Silvia Pinal. El sueño de la bella actriz era actuar en un filme dirigido por Buñuel. Así se lo comentó a Gustavo quien se propuso complacer a la diva.
Tras infinidad de acercamientos y ante una naciente amistad, Buñuel aceptó y dirigió Viridiana, obra que por su irreverencia provocó gran polémica principalmente en Europa. En México despertó curiosidad y creo que nada más.
Pasado el tiempo y ya casados Silvia y Gustavo, se decidió filmar una obra que, en voz del propio cineasta, nunca lo dejó satisfecho: El Ángel exterminador. El punto principal de su inconformidad, fue el escenario.
Para Buñuel el ideal hubiese sido un castillo donde se reuniera un grupo elitista, quizá de nobles. Pero no una casota de nuevo rico con un una panda de palurdos con frac.
Dos escenas de la película fueron objeto de muchos desacuerdos e interpretaciones: la primera, causante del alarido de Alatriste, cuando una pareja desciende y otros ascienden, se cruzan a media escalera y se saludan ceremoniosamente. El lugar, la ópera citadina.
Mientras el productor estaba al borde del infarto, el director tras leve meditación decidió que así dejaría la película. La interpretación más común, fue que Buñuel con esa repetición mostraba la vaciedad de los convencionalismos sociales.
Todos aplaudieron la genialidad atribuible a un intrascendente error de Garrido al armar los rollos. Quedó, pues, como un genio desconocido.
La otra escena que causó grandes y muy peculiares interpretaciones, fue aquella en que un osezno entra a la casa, los náufragos encerrados en la sala, unos borregos desorientados en el vestíbulo y de pronto el plantígrado irrumpe sin estar prevista su participación.
Los técnicos y ayudantes ante el feroz animalito —un juguetito por edad y tamaño— salieron de la casa a toda velocidad. Los carneros corren dentro del salón, empavorecidos y el oso al encontrar un pilar se lanza a treparlo.
La cámara lo sigue, mientras un alumbrador intenta seguirlo con una enorme lámpara de cuarzo. Pesada y sin mayores asideros la iluminación es oscilante pero alcanza para la inesperada escena.
El animalito era la mascota casera que al presenciar el rebumbio de la filmación, se asustó, rompió su cadena y corrió obviamente al lugar que conocía y sabía seguro, la residencia.
En la revista Sucesos, propiedad de Alatriste de quien yo era secretario particular, había dos reporteros que representaban uno, la cultura, la formación ideológica producto de análisis y lecturas variadas; el otro, un militante comunista (ambos lo eran) producto de dogmas y lemas aprendidos en precarios círculos de estudio partidarios.
Reunidos en mi oficina en espera del anuncio sabatino de que les pagarían sus colaboraciones, los dos mencionados se enfrascaron en una discusión barroca interpretando la intención de Buñuel con la escena del oso. Mi palabra de que se trataba de algo accidental, no fue suficiente.
Apostaron y de hecho quede como garante del resultado, ya que mi contacto con el Divino Sordo era su visita cotidiana al menos de frecuencia semanal, ya fuese cuando se iba a comer junto con Alatriste o por mis visitas a su casa para entregarle el acostumbrado cheque de sus emolumentos.
Llegó don Luis y le hice conocer la apuesta, que la pareció tan genial que deseó hablar con los rijosos, pero con cada uno por separado.
Al primero, el ortodoxo, lo felicitó por apreciar el mensaje subliminal: asciende el oso (soviético) evidente y muy simbólica representación sobre un mundo aborregado.
Al segundo, que se limitó a suponer un simple recurso para mantener la atención del espectador, también lo felicitó por darse cuenta de que la escena cerrada en la sala necesitaba una ruptura.
Cuando informé a los contendientes del resultado que conocían por separado y sólo lo referente a su propia opinión, estuvieron a punto de desorejarme.
Buñuel se había divertido y no aceptó hablar de nuevo con ellos…
Hoy se recuerda al Jaibo de Los Olvidados, vale la pena recordar a quien lo lanzó al estrellato y la fama, Luis Buñuel…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button