De memoria

Los asaltos bancarios…

Carlos Ferreyra

Cuando nos hablan de asaltos bancarios, la primera imagen en la mente es el rudo cherife que luego de azarosa persecución alcanza a los malevos, les quita los bolsones repletos de dólares y hasta alli.
Nunca se sabe que hizo con la lana el señor autoridad, aunque se da por descontado, policía al fin, se la llevó a casita para fines futuros de jubilación.
Cambia el tiempo y escenario, ahora vemos a los roba bancos en el estribo de una veloz carcacha, blandiendo y disparando la Thompson de tambor, mientras los polis, sombrero que no se les cae ni cuando los atropellan, responden con las mazorcas de seis tiros.
Horas de balazos sin necesidad de recargar los revólveres que al parecer regeneran los proyectiles apenas disparados. Abaten a los pillos y la eterna historia, nunca informan el destino del robo. Ni cuánto era.
El mundo es otro, jóvenes presuntamente idealistas atracan oficinas bancarias en México. La institución prohibe el ingreso de las autoridades y se limita a enterarlas del resultado del arqueo.
Testimonio personal: el gerente de la sucursal asaltada, declara lo que reclamarán al seguro. Y por algún rincón queda el guardadito que como policía de todas las épocas, permitirá al funcionario un retiro sin agobios o quizá como lo ví, la casita de fin de semana en la playa.
El universo sigue dando vueltas y a alguien en los bancos le brinca el judío medieval que lleva dentro. No va a encerrarse en una lóbrega habitación a contar sus monedas y a sentir orgasmos con el puro sonido.
No, ahora les toca a los bancos asaltar. Inclusive quitando a los niños sus paletas. Lo recuerdo, hace muchas lunas, los bancos promovían el ahorro infantil. El incentivo mayor, era recibir el dinero con su respectivo porcentaje de intereses. Actual, cobran por usar esa lana y dictaminaron, ignoro basados en que ley, que si no mueven el dinero, se lo pueden apropiar.
En el jelengue de las Afores, los bancos se piratean entre sí y en el rejuego hay un momento cuando el beneficiario pierde la pista y en la búsqueda se entera que cada institución tiene su propia tarifa para la custodia de tus fondos.
Originalmente disponían del dinero, lo ponían a trabajar y compartían utilidades. Ya no, para qué si cada usuario ignorante de reglas financieras esta totalmente en manos del banco.
Llegamos a mi cuento, no cuenta, personal. Empleado en dos bancos, uno ya desaparecido, debíamos respetar las reglas, una muy importante, que el cliente tiene la razón hasta que se le puede demostrar lo contrario.
La otra, que los usuarios de los servicios merecen todo el respeto del mundo. La lana manda. Los empleados, popularmente gatos, siempre de traje, camisa blanca y corbata sin dibujos sicalípticos ni colorines hawaianos.
Como cuentahabiente de HSBC, debí enfrentar el despojo de una tarjeta de débito en uno de sus cajeros.
El plástico, como lo definen, era del Banco del Bienestar. Intenté obtener tres mil pesos. El cajero automático avisó que estaban a mi disposición, lo que no resultó cierto.
Antes de intentar nada, me pidió una cooperación, dije no, el aparato se apagó y adiós tarjeta.
Caminé ocho pasos hasta donde estaba culiatornillado un sujeto, al parecer el gerente de la sucursal en la que manejo mis suculentos recursos, a quien expliqué lo que había sucedido un minuto antes.
Chaqueta ajada, pantalón que no hacía juego, camisa de algún color que olvidé y chaleco de manufactura casera, mientras miraba algo con mucha atención, a lo mejor su teléfono, sin levantar la vista sentenció: no se puede hacer nada porque al retenerla, automáticamente se destruye.
Nueva explicación haciendo énfasis en que haba sucedido menos de cinco minutos y que además el cajero aseguraba que había entregado el monto solicitado.
Le recordé que en casos parecidos se practicaba un arqueo y si aparecía el dinero se entregaba al reclamante.
No hubo manera ni siquiera de que el sujeto, barba de tres días, levantara la vista una sola vez. Acudió a un mantra: reclame en su banco del Bienestar. Y de allí no lo pude sacar. Lo bueno, tampoco me volteó a ver cuando le dije que era una auténtica mierda.
Y viene la otra parte, denuncia al Bienestar, reclamación para obtener nueva tarjeta y para saber mi saldo. Cuatro meses en esto.
Finalmente visita casera para ratificar datos, expedición de documentos para amparar a mi esposa y promesa de pronto aviso.
Contacto telefónico, nuevas promesas y bueno, insisto, cuatro meses. Me dejan la duda, los enviados expiden las tarjetas con las que pueden y seguro lo hacen, disponer del capital del beneficiario.
Generalizando y en la casi seguridad de que no soy caso excepcional, se trata de afectar a personas de la tercera edad, con movilidad limitada y muchas sin idea de que pueden reclamar.
Lo más trágico, muchos de los despojados tienen la percepción de que se trata de un regalo presidencial y no es así, son extraídos del erario que se integra con aportaciones de los ciudadanos laborantes.
En la esquina donde vivo, construyeron un Banco del Bienestar. Quedó re chulo, limpiecito como cuartel militar, luminoso con enormes paredes de cristal. Y nadie adentro.
Muchos meses, se retiraron con sus trapeadores y carretillas de arena los constructores, limpiaron sus verdes uniformes y aunque en pequeño, en mi barrio tenemos una oficina émulo del aigropuerco Jelipe Angeles.
Y que quede claro, en los tiempos modernos nadie asalta bancos, la tortilla se dio vuelta y ahora los bancos son los asaltantes…
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