De memoria

La Lotería presidencial…

Carlos Ferreyra

Los cuentos alrededor del tema son incontables. Los más famosos le pertenecen a Luis Spota que pergeñó una serie de novelas en las que, bien observadas, recogió lo que la gente en la calle “sabía o decía”.
El cuento de los tapados que no estaban tan ocultos como se presumía, le dieron pábulo para imaginar charlas secretas, consejos sibilinos y un imaginario sabio, cuasi mago que desentrañaba las tripas del poder y aconsejaba.
Si seguimos la secuencia histórica encontraremos en los tiempos iniciales de la post Revolución, que los grupos beligerantes se habían repartido las cuotas y los turnos.
Muy simple pero así fue. Hasta que nos atropelló la modernidad con Miguel Alemán que pese al gran control adquirido vía riquezas y franquicias, no pudo impulsar a su sucesor aunque en su entorno familiar privó la decisión de no nombrar a un familiar de reacciones impredecibles.
Entonces se hizo tradición que el siguiente fuera miembro del Gabinete, Gobernación en punta. Hasta que de nuevo nos atropelló una necesaria actualización de métodos selectivos para el candidato y, obvio, el sucesor.
Con la ridícula pretensión de imponer una democracia a nuestro entender, mandamos al cuerno la sólida tradición de la Lotería Sexenal de donde surgían comaladas de millonarios de los que hablaba el ex presidente Emilio Portes Gil.
Como hongos en tiempos de lluvia, brotaron los partidos, de hecho franquicias cuyos dueños en términos familiares, se apoderaron de cargos y recursos.
Los llamados “grandes” no lograron sustraerse a tal destino. Las luchas intestinas tomaron nombre y apellido.
Cada clan triunfante tomaba posesión de determinado número de cargos electorales, los nombrados que no ganarían una votación ni en su casa, era debidamente turnados por las dirigencias.
Así vimos transitar al Niño Verde de cámara en cámara, a pesar de las grabaciones en las que pide dos millones de dólares para gestionar una ley que libere la construcción de edificios en los manglares cercanos o dentro de Cancún.
Citemos a Pablo “Pablotas” que salió de las grillas estudiantiles, pasó al Partido Comunista y progresiva y oportunamente fue brincoteando de partido en partido, cada vez mas deslavado ideológicamente pero siempre chupando de la ubre principalmente legislativa.
En el PAN chocaron los tradicionalistas y los nadie sabe cómo clasificarlos. Eso provocó inclusive dolorosas fracturas familiares, el caso de Felipe y el alejamiento de su padre, Luis, un ícono blanquiazul.
El mas cuatrapeado fue el PRI que inexplicablemente permitió que alejaran a sus legendarios sabios. Y eso fue, sin duda, a partir de De la Madrid y con gran acento al arribo de Salinas con el remache de Zedillo, un ser acomplejado, temeroso en especial de su esposa que era capaz de reprenderlo en público.
En esta etapa se comenzó a magnificar el “Grupo Atlacomulco” del que surgió Isidro Fabela, amparo del que se pensaba era todo poderoso.
El Grupo quizá hoy exista como una de las lejanas leyendas de nuestra política. No podría darse fuerza ni liderazgo a Peña Nieto, que fue lanzado por familiares y empresarios que lo midieron bien: frívolo y pésimo político, es manipulable.
Con el desorden actual la Presidencia no puede ser considerada como Premio Mayor de Loteria política. Las tareas de Hércules serán cuentos de niños ante lo que habrá de hacer el sucesor, si pretende recuperar al país.
Premonitorio, en uno de los discursos finales de su administración, José López Portillo manifestó su convicción de que sería el último presidente de la Revolución. Algo sabría, él le heredó el cargo a De la Madrid, al que sus hermanas calificaron como un traidor. Lo escuché.
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