Opinión

De memoria

¡Ésos curas..!

Carlos Ferreyra

La primera ocasión que me agarraron ganas de prender una hoguera inquisitorial para tostar un cura, fue el día anterior a mi primera comunión.

De familia católica afortunadamente no mocha, pero habitante de una población donde templos y curas eran igualmente monumentos sagrados, hubo quizá momentos en que sentí que mi destino era el sacerdocio.


Los propios ensotanados fueron progresivamente disuadiéndome con sus arranques biliosos e incomprensiones de la vida común.

Mi madre puso gran atención a lo que seria mi entrada al cielo de los benditos. Con enorme dedicación elaboró una camisa de mangas bombachas, como de mosquetero o algo parecido. Un pantaloncillo corto de casimir azul marino y unos guantes albos como mi alma, que no sé de dónde salieron.

Hace poco me enseñaron la foto donde sostengo una vela gorda con muchos adornitos, mis ojos a punto de cerrarse de sueño, quizá la intención fue entrecerrarlos para tener un momento de comunión con el jefe de la Corte Celestial.


La vi y me boté de la risa, cachetón, los pelos güeros embarrados seguramente por el arte de doña Elena y su milagroso jugo de limón y los mofletes brillando.

No recuerdo que pasó. Pero debí acudir al templo de la Soterraña para confesar alguna mala acción… el día previo a mí casi santificación.

Busqué al cura, un viejo enano y siempre malhumorado y a media nave le confesé mi horrible pecado. Me miró con furia, me agarró una oreja y acercando su boca me gritó que no lo hiciera perder el tiempo con mis idioteces de niño consentido.

Imaginé todas las furias del Averno sobre mi; alcancé a decirle que mi madre me había ordenado… y otra vez los demonios se desataron sobre mi ya no tan sacra personita. Sólo que el cura cometió un grave error.

Me ordenó una decena de Padres Nuestros y otras tantas Aves Marīas. Y luego con su tono resabiado, me ordenó que le dijera a mi madre que se ocupara de mover los frijoles, atendiera a su marido y dejara de molestar.

Bueno, todos los malos pensamientos se me vinieron encima y al siguiente día comulgue con la seguridad de no haber rezado y de rumiar toda la noche un castigo para el infame que se atrevía a ofender a mi madre.

Pasó el tiempo y muy esporádicamente íbamos a misa. Yo con más frecuencia, porque un sacerdote joven de San José, te plo vecino a la Secundaria para Varones, me colocaba con un librito frente a los niños que iban a misa dominical.

Con el texto que empataba con el desarrollo del rito, todavía en latín, iba instruyendo a los pequeños, supongo que procedentes de algún Orfanato: de pie, la señal de la cruz, hincados, sentados.

Bueno me sentía tocado por la mano de Dios. Todavía no nacía Maradona, por lo que en eso fui pionero.

Un incidente familiar del que se me culpó injustamente, ante la reacción de mi padre decidí consultar al cura. Le dije que yo pensaba que alguien engañaba a mi progenitor. Y esperé.

El hombre de la sotana no le dio la menor importancia al asunto. Antes bien, me explicó que tenía una casa de asistencia para niños ricos que enviaban sus padres a estudiar a Morelia.

Podía vivir en ese lugar, pero para justificar mi presencia, debía limpiar los cuartos, los baños, los patios. Esto es, quería gato gratis. Y cometió el error.

Mira, los padres no son infalibles y si ya no te quieren en tu casa, pues aquí tendrás siempre un lugar. Y no hagas caso.

Volví a casa de mis padres, mi madre enferma, angustiada pensando en que me había fugado y mi padre, siempre tranquilo, mientras me llevaba de regreso tras encontrarme en una calle céntrica, me propuso que no la hiciera sufrir y que si no quería vivir con ellos, bueno buscaría la manera de ubicarme sin perder la escuela.

No ocurrió nada, se aclaró el incidente que yo transformé en una tormenta y apenas era un chipi chipi.

Ese segundo episodio me convenció de que los curas se mantienen alejados de sus corderos. Y de problemas y pasiones mundanas. No basta citar a los santos varones y recordar a Cristo que condena a los ricos. Mientras ellos lucen enormes crucifijos de oro en el pecho.

Pero eso es materia para distinto comentario…

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