De memoria

Carlos Ferreyra

Un año mas de la infame masacre en Centroamérica, dos empresas disputando territorios, una matazón de tres días y los contendientes se arregla, Mamita Yunai y La Estandar. La oportuna llegada a la luna, borra los hechos y deja sin castigo a los autores. Así lo recordamos.

Reportear sin apuntes…

Sin esperarlo, a lo lejos miras como una batería desde lo alto de una loma, lanza obuses contra el modesto caserío que se intuye, más que ver por la distancia, en una hondonada.
Casi de inmediato se topa con la enorme caravana de mujeres con gran atado en la cabeza, arrastrando o cargando a una cauda de niños, mientras a los lados los hombres en calzoncillo pero con botas militares, huyen a la triple frontera de Guatemala, Honduras, El Salvador.
¿Cómo empatar la información, darle credibilidad, hacerla legible y lo mas importante en el momento, destacar un hecho desconocido, inesperado, y que sin saberlo todavía, es primicia mundial?
La Academia hubiese destacado el principio de hostilidades entre dos países y estrenaría el título con que pasó a la historia: la guerra del futbol.
Aquí las formulaciones aprendidas en los salones de clases no funcionan correctamente. Pero eso queda en la mente y la sensibilidad del reportero que reacciona privilegiando el aspecto humano.
Tiempo habrá, se dice mucho después que en un descanso puede meditar sobre lo que esta haciendo. Hasta este momento todo han sido reacciones, sensaciones y acciones que corresponden a lo que progresivamente confirmará la experiencia, la practica y el ejercicio como informador.
El hecho, en 1969, coincidió con la llegada del hombre a la luna, hecho festinado por todos los medios en tanto quienes logramos llegar a Tegucigalpa entre batallas, presenciábamos la brutal ejecución a palos de sospechosos de ser oriundos salvadoreños.
O el despojo de quien casado con nativa, con hijos nacionales y empresa local, era denunciado por sus trabajadores que se apropiaban de bienes incluso familiares.
El estadio de futbol convertido en campo de concentración, con miles de presuntos salvadoreños hacinados en baños, pasillos y terreno al aire libre, sin alimentos y con el fundado temor de sus familiares de llevarles bastimento y ser aprehendidos en el momento.
En San Pedro, donde moran los ricos, los niños con planchados atuendos castrenses y con enormes rifles de asalto terciados, contrastando con la miserable ropa de las tropas que contaban con un rifle arcaico y un machete, curiosamente denominado “salvadoreño”.
Por las calles de las ciudades, como plagas, pandillas de jóvenes armados con garrotes revisando, en realidad asaltando a quienes por necesidad violaban el toque de queda.
Terror por todos lados pero sin temer al enemigo, los salvadoreños, sino a los cazadores que, como cualquier pandilla, actuaban irracionalmente, compitiendo en crueldades entre ellos.
Describir el recorrido por un camino de tierra, atrás de un camión de redilas donde se alcanzan a ver trozos de maniquíes, brazos o piernas saltando con cada bache. Al llegar a un pueblecillo, observar que lo que pretendíamos restos de muñecos de aparador, eran cuerpos humanos destazados.
Y todo esto empatarlo, denunciarlo al mundo obviando las batallas entre los bosques de árboles frondosos, una vegetación entre la que los enemigos se dan cacería. No usan balas que son escasas, pero ademas tratan de ocultar su ubicación.
Luchas machete en mano, tratando de invalidar al enemigo para luego, sin remordimiento, destrozarlo. Y los hospitales de campaña en el monte húmedo, con camillas sobre el pasto crecido y al amparo de la fronda que no protege del rocío a los heridos o de la pertinaz llovizna.
Es una experiencia vital para el reportero al que nadie enseñó como comportarse ni cómo manejar la información que, por la rápida sucesión de hechos, impide el registro en la infaltable libreta.
Y bien, digamos que en mayoría los medios se reunieron en torno del hombre en la luna. Los mas elementales dedicamos nuestros esfuerzos a describir un mundo de seres humanos que se mataban entre ellos bajo la égida de las bananeras, United Fruit (Mamita Yunai en la versión popular) y Standard Fruit. Ambas tras el control de territorios.
Las dos empresas sin respetar fronteras, con ferrocarril privado y usando como causa digna de guerra, un partido de futbol entre selecciones nacionales.
Todos fueron felices, el hombre mancilló con sus patas el panorama lunar y la Yunai y la Standard se arreglaron en un par de días. Los estropicios quedaron como testimonios del odio fraterno, que es el peor.
Como experiencia final, la imprescindible confianza de su medio en sus reporteros, permitió que mi agencia, Prensa Latina, anunciara al mundo el principio del conflicto …
(En la fotografía, soldados salvadoreños patrullando la frontera con Honduras).
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