Discriminación laboral a mujeres

¿Planeas embarazarte? ¿Que tan dispuesta estas a coquetear para cerrar una venta? ¿Siendo mamá cómo te organizarías si necesitamos que viajes? ¿Que talla eres? ¿Tienes pareja? ¿Te quieres casar? ¿Te gusta ir a los festivales escolares de tus hijas/os?

Por  Ilse Saucedo

 

Hoy en día una chica puede decir que no le interesa el feminismo, pero su vida ha sido revolucionada por él
 –­Virginie Despentes.

 

No, no estamos en 1980, aunque no lo crean estas preguntas siguen siendo parte de las entrevistas de trabajo para las mujeres en México. No importa si quien entrevista es hombre o mujer, las preguntas poco cambian.

 

Según la Real Academia Española (RAE), la discriminación laboral es “el delito que cometen los que produzcan una grave discriminación en el empleo público o privado a cualquier persona a causa de su ideología, religión o creencias, pertenencia a una etnia, raza o nación, sexo, orientación sexual, situación familiar, enfermedad o discapacidad, representación legal o sindical de los trabajadores, parentesco con otros trabajadores de la empresa…”

 

En México, tanto nuestra Constitución como otras leyes, especifican que el desarrollo óptimo de las personas es sin distinción de las características de éstas, sin embargo, la discriminación laboral contra la mujeres se presenta desde el momento en que busca un trabajo y, el hecho de poderse embarazar representa un obstáculo para quien la quiera contratar debido al tiempo que permanecerá de incapacidad y por sus capacidades que aparentemente disminuirán; esto sin soslayar que una vez que dé a luz, contará con ciertos derechos que la alejarán de sus labores, como lo es el contar con un tiempo para amamantar a su bebé.

 

Los derechos laborales que las mujeres tenemos, son la suma de todas esas luchas en el mundo que ayudaban a que pudiéramos dividirnos entre el trabajo, la crianza y el cuidado del hogar, lo que hoy se cataloga como la triple jornada: ser profesionista, madre y pareja, todo al mismo tiempo, todos los días sin un respiro.

 

De acuerdo con el INEGI, solo 43.1% de las mujeres mayores de 15 años están en el mercado laboral, en contraste, con el 74.5% de los hombres del mismo rango de edad, una diferencia del 30 por ciento.

 

La situación empeoró con la pandemia, ya que durante el 2020 más de un millón de mujeres dejaron o perdieron su trabajo, lo que significó una disminución del 5.2% en la participación femenina; podemos comprender estas cifras si escudriñamos en el día a día de las mujeres urbanas y rurales de nuestro país con las siguientes preguntas: ¿Quién se encarga principalmente del cuidado de las personas adultas mayores, con discapacidad o menores de edad?, ¿Quién se hace cargo principalmente de las labores del hogar? o ¿Quién se hace cargo de las actividades de crianza y seguimiento y supervisión escolar de hijas e hijos?.

 

Aun en las mujeres jóvenes y sin tantas obligaciones con sus vínculos afectivos o familiares, observamos que las expectativas se encaminan a que tarde o temprano cumplirán con ese rol tradicional que durante tantos años hemos tratado de romper pero que al mismo tiempo preservamos como sociedad.

 

Afortunadamente las cosas están cambiando y se busca disminuir la brecha de desigualdad entre las mujeres y los hombres en el ámbito laboral (los hombres ya cuentan con la licencia de paternidad -5 días contemplados por la ley-, derechos de guardería y algunos permisos que abonan al cuidado y crianza de hijas e hijos) pero falta mucho, falta que dejemos de ver a las mujeres como únicas proveedoras de los cuidados familiares y que consideremos que los hombres son más que una cartera con piernas o un satélite familiar que aparece de vez en cuando.

 

 

 

 

 

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