De memoria

La guerra sin fin…

Por Carlos Ferreyra
Todo comenzó con Lazarillo, gobernador de Michoacán, hijo de Cuauhtémoc, gobernador de Michoacán; nieto del Tata, gobernador de Michoacan y sobrino de Dámaso, gobernador de Michoacán.
Todos ellos con la distintiva marca Cardenas como apellido. Digamos que en conjunto debieron dar forma, carácter y organización a la entidad en la que cuando ellos no gobernaban, lo hacían por medio de alguno de sus fieles seguidores.
Interpósita persona, decían coloquialmente. Un caso no lejano y paradigmático, un tal Godoy, hermano y protector de un narco prófugo al que el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, introdujo a San Lázaro en la cajuela de su coche, lo ocultó toda la noche en su oficina y temprano lo llevó al salón de sesiones a prestar juramento como diputado.
Toda una maniobra estratégica digna de las oscuridades morales de los hoy Transformistas de Cuarta. El narco Godoy prófugo se protege en la Tierra Caliente donde permanece al amparo de su fraterno morenista y de las organizaciones productoras de drogas sintéticas.
Cierto que en Michoacán poseer un arma ni es lujo ni es extraordinario. Hay desde siempre, una suerte de culto a la posesión que, me acuerdo, estado expulsor de migrantes al norte, cuando alguno viajaba recibía invariablemente el encargo: me traes una mazorca (revólver) o una escuadra (pistola).
Por sus reminiscencias charras, las predilectas eran mazorcas de seis tiros y entre ellas “esmitigüeson” calibre 38 especial. De las otras, la Colt 38 Súper y para los muy refinados la 45 “caballito”.
Al paso del tiempo y con las prohibiciones legales, lo único que sucedió fue que ya no se podían lucir con el cinturón piteado, las fundas con bellos bordados y las cachas de plata con iniciales en oro, o con empuñaduras de carey.
Siguieron las fabricas nada clandestinas en la zona de los Once Pueblos, donde por pocos pesos, menos del valor de un revólver, se compraba una metralletita muy simpática con peine de 20 o de 30 cartuchos. El único problema es que todos los tiros se iban de un jalón y aunque el calibre, bajo, 22, y de precio económico no permitían la práctica del tiro al blanco.
Lazarillo, dedicado en cuerpo y alma a tocar tumbadoras, bongós y güiros instrumentos producto de su aprendizaje en Cuba, como gobernador no se preocupó por abatir la creciente violencia.
Ocupó gran parte de sus empeños en la creación de una sociedad parecida a Vamos México de Marta Sahagún, en este caso Vamos Michoacán para entregarla a una hermana de la pareja presidencial, mientras a los varones, médicos, les patrocinó clínicas.
Por el desinterés evidente del mandatario, el puerto de Lázaro Cárdenas se instituyó como el principal punto de entrada de los químicos chinos para elaborar drogas; los laboratorios estaban en Colima.
Los territorios a lo largo de la costa y los poblados situados a lo largo, empezaron a llenarse de malevos que dieron comienzo a la disputa armada. Impotente, Lazarillo clamó ayuda al también michoacano Felipe Calderón, presidente de la República. Allí comenzó todo.
Cada pandilla para cubrirse empezó a formar guardias comunitarios a la par que los Templarios, la Familia Michoacana y varias otras denominaciones, se declaraban defensores de la seguridad y el patrimonio de los ciudadanos.
Abrían canales para el trasiego de las drogas y los precursores necesarios y ni siquiera la llegada del Ejército pudo anularlos. De hecho no hubo decomisos importantes ni detenciones sensibles.
Pero dio pie a una lucha criminal, fratricida, que se agravó tiempo después cuando Enrique Peña Nieto nombró virtual gobernador del estado con el control total de la seguridad y la influencia sobre políticas de gobierno, a otro chamaco frívolo, Alfredo Castillo.
El delegado presidencial llegó con numeroso grupo de ayudantes, auxiliares, asesores y otros vagos mas con salarios arriba de los percibidos por funcionarios locales.
Y con capacidad de decisión hasta por encima del Congreso estatal. Hotel, restaurante y cantina libre para cada uno de ellos.
El grupo pronto agarró el patín, la onda y mientras el hijo del gobernador para entonces priista, se emborrachaba con grabación de video, con La Tuta, el mafioso mas importante y poderoso de la entidad, Castillo organizaba los grupos comunitarios.
Desconocedor del medio, apoyó a los sicarios de distintos carteles, muy especialmente Nueva Generación, a quienes aparte de impunidad les consiguió toda suerte de armas.
Apareció por allí Simón el Americano, llegado del norte y líder de un grupo que a bordo de enormes Hummer con las siglas H3 en los costados, se apoderó de la zona de Hipólito Mora con quien debatió a balazos.
En la lucha murió uno de los hijos de Hipólito quien fue a dar a la cárcel aunque no por mucho tiempo. A Simón nadie lo molestó.
En la misma región siguió impartiendo misa y administrando los Santos Óleos un cura folclórico que en la distribución de instrumentos para matar, alcanzó un rifle de asalto con enorme cargador visible y también un chaleco contra balas. Era su equipo al dar misa.
Los criminales bajaron el ritmo de sus delitos pero no por el riesgo de intervención de las autoridades, sino porque la brutal demanda de drogas de diseño, por parte de los gringos, hacía casi imposible surtirlos.
Acuerdos que seguramente conoceremos este o el siguiente siglo, permitirán enterarnos con certeza de la ampliación del mercado de la heroína y el permiso aunque no oficial para siembra y cosecha de amapola en la sierra de Guerrero.
Todo el desorden que tiene como principal escenario Michoacán, donde talamontes y narcos son gente de sociedad, de cierta manera permitirá circunscribir este tipo de delitos en zona determinada.
No será para combatirlos porque el Ejército, la Marina están ocupados en labores de albañilería, inclusive construyendo empresas imaginarias para justificar las ampliaciones presupuestales castrenses y las fortunas que ya comienzan a aflorar entre mandos y jefes.
La Guardia Nacional, a su vez, combatiendo a los fieros migrantes y tratando de subir su registro histórico mediante el consecutivo asesinato de mujeres haitianas y sus hijos.
En Michoacán donde pueden asesinar sin conmoverse, a once chamacos que buscaban panales para adornar los altares de sus muertos, seguirá la guerra que nunca termina pero de la que todos, hasta Lazarillo, hoy consejero áulico de López, sabe quiénes son y dónde viven…
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