Opinión

De memoria

Delirios palatinos…

Carlos Ferreyra

Dejo a los muy léidos la tarea de clasificar los desajustes del Okupa del Palacio Virreinal. Me atengo a hechos cotidianos, el mas fresco cuando dice que Ucrania le aplaude y lo apoya, mientras por las líneas cablegráficas se transmiten mentadas del canciller de ese país, que además lo acusa de trabajar para los rusos.
Ya no se trata de sus continuados abusos y violaciones legales, la administración de México desde la perspectiva de La Chingada, su granja de extraña adquisición durante su paso como capitoste perredista o su gestión como dueño de la capital.
Enfrentamos desacuerdos con el vecino norteño y hacemos el mayor de ridículo al declararnos conciencia moral del Universo.
Dijo que su granjita era herencia familiar. Consta lo contrario porque fue exiliado, casi expulsado del seno paterno, sirva la expresión, tras el episodio en la tienda familiar, donde asesinó a uno de sus hermanos.
No fue el único hecho de violencia que le fue atribuido. Hombre de improntos, de reacciones emotivas, dejó lisiado, en silla de ruedas, a un joven pitcher después de perder un juego.
Con furia, a distancia relativamente cercana, asestó un pelotazo en la nuca a su rival. Por ninguno de ambos hechos fue sujeto a las leyes ni terrenas ni celestiales.
Sostuvo una relación íntima con el poeta Carlos Pellicer, del que fue conviviente durante mucho tiempo. Y al parecer fue el inicio de su aparición en la vida pública.
Intuitivo, nadie lo acusó hasta hoy de inteligente, creó su propio mundo al amparo de los gobiernos tricolores de Tabasco, que lo hicieron líder del partido aprovechando su verborragia populista.
Desarrolló una curiosa capacidad para intuir lo que la masa quería escuchar y eso lo llevó a malquistarse con los poderes estatales, que fueron usados, criticados y exhibidos múltiples veces.
Todavía como dirigente priista intentó ser gobernador, pero se le atravesó primero el bien recordado Salvador Neme Castillo y después Roberto Madrazo.
Optó por la resistencia activa, aparentemente de la mano de un pretendiente a la Silla del Águila, Manuel Camacho Solís, y de su cuije de uso inmediato, Marcelo Ebrard, hoy titular de Relaciones Exteriores.
Durante varios años la maniobra fue exitosa y generosamente redituable. El tabasqueño ocupaba el Zócalo semanas previas a determinado festejo patrio. Para eso desplazaba petroleros o basureros.
Un par de días antes de la celebración, los manifestantes era regresados en cómodos autobuses, dotados de alimentos y un determinado estipendio.
Campechaneaba con ocupación e incendio de pozos petroleros, cuya liberación tambin era monetariamente acordada.
Para el cabecilla el pago era munificente, generoso y previamente establecido. El aspirante a Los Pinos mostraba ante la Nación su gran capacidad de negociación y el visitante quedaba profundamente agradecido y en espera del siguiente episodio.
Se acostumbró al importamadismo de los capitalinos y lo aprovechó para erigirse candidato al gobierno del añorado Distrito Federal. No tenía la residencia que como votante estaba ubicada en Tabasco.
Una vez más torció las leyes e hizo un cucurucho con los preceptos que le impedían candidatearse. Ganó con un discurso crítico y repleto de promesas que, obvio, nunca cumplió.
Institucionalizó las diarias conferencias matutinas, con lo que de cierta forma marcaba la agenda nacional. No debía sino cuestionar al poderoso en turno, con razones o sin ellas.
De alguna manera al revelarse como el payasito de la fiesta, también se convertía en una voz crítica.
Así hasta apoderarse totalmente del partido amarillo y usarlo en beneficio personal. Ni las tribus lograron impedirlo. Y de ahí pal rial, lo tenemos ejerciendo un poder omnímodo, absoluto, incontrovertible y por hoy con un contrapeso: las Fuerzas Armadas.

Sin duda estamos ante un juego de voluntades. ¿Cuál será más poderosa? El tiempo lo dirá…

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