Opinión

De memoria

Cuando el alma duele…

Carlos Ferreyra 

Me confieso patriotero irredento, educado en la adoración casi mística de símbolos como la bandera, el himno nacional, y la representación del poder de quienes nos gobiernan.


He conservado muchas décadas el respeto absoluto a la representación presidencial, a las Fuerzas Armadas, a los legisladores y el colmo, a los policías a quienes conocí cuando los denominábamos vecino.

El mes de la Patria, septiembre, era la culminación de esa religión laica que me inculcaron en la escuela, en el hogar y que era moneda de uso corriente entre los amigos, inmersos en similares devociones.

Nada es para siempre y aquí podría, debería, acumular los agravios que con prepotencia, insensibilidad y falta de fervor nacionalista, nos asestan diariamente el Presidente y las antes heroicas fuerzas castrenses.


El mandatario, es tan claro, tan transparente que carece de la imaginación, la inteligencia suficiente para manipular al pueblo sin recurrir a falacias, mentiras descaradas y ocultamientos detrás de expresiones elementales como Yo tengo otros datos.

Principalmente el Ejército, surgido de las entrañas mismas de los estratos más humildes, transformado en una organización elitista al servicio de los caprichos del poderoso. Pero como se suele decir, de ninguna manera gratis.

Con el uso de soldados como simples alarifes, evadiendo las áreas de conflicto, se violan todos los preceptos legales, se abusa de personas cuyos derechos humanos son anulados por la gracia de los tribunales castrenses y por colocarse fuera del ámbito de la justicia civil.

Así se puede desglosar la situación del país; la consecuencia a la realidad actual nos ha llevado a la celebración de un mes patrio desangelado, ignorado por el pueblo que acostumbraba, acostumbrábamos, festejar ruidosamente a los héroes que nos dieron Patria y Libertad.

El 15 esperábamos el Grito en el Zócalo, dejábamos las diferencias para tiempos venideros y el 16 contemplábamos emocionados el lado marcial de nuestros hombre de armas. Cerraban el desfile numerosos charros con una bellísima abanderada al frente.

Antes supimos o presenciamos la Marcha de la Lealtad, el homenaje a los Niños Héroes tradicionalmente ante ese infame monumento que parece festín de espárragos trigueros.

Por toda la ciudad se colocaban los vendedores de banderas, escudos y otras formas de representación del emblema tricolor.

Los autos lucían la enseña patria y había ventanas y balcones adornados con rehiletes, papel picado y tiras tejidas con el verde brillante, el blanco impoluto y el rojo vivo.

Es historia antigua. Lo extraordinario es que bastaron poquitísimos años para borrar de la mente de los mexicanos el amor a su país, para cambiar del José al Brayan, para sumergirnos en la anomia de seres sin alma.

Ya no habrá euforia nacionalista ni algarabía, dejemos que el alma sufra mientras los poderosos continúan so obra traidora. Y así, los que creemos, aunque sea en la intimidad de nuestros sentimientos, gritemos un ¡Viva México! Hoy y por toda la eternidad…

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