Opinión

Feminismo, la agenda pendiente en México

Mujeres que han decidido ser madres de familia en México, reducen su participación económica, eligiendo jornadas de menos de 15 horas a la semana, en contraste con los hombres padres de familia

por Mariana Rojas

 

En el marco del llamado mes de la mujer, se conmemoran entre otras muchas cosas, aquellas luchas que han llevado a las mujeres –sector que representa el 51.2% de la población nacional (INEGI, 2021)– al logro de reconocimiento y mejores espacios para la representación política y la equidad en nuestra sociedad.


No obstante, a casi cuatro años de la gestión de la cuarta transformación, es importante hablar de los desafíos actuales para las mujeres en el país. En este sentido, la desaparición de programas sociales y la brecha de género en el ámbito productivo son temas que implican retos y ameritan visibilizar la situación de vulnerabilidad y la falta de justicia social. Siendo esta la idea que trataré de argumentar en los siguientes párrafos.

Desde que inició este gobierno utilizando como premisa a la austeridad republicana, ha sucedido una gran avalancha dirigida a la desaparición de programas sociales y, dicho sea de paso, también instituciones completas, sin que exista un previo juicio técnico o tan siquiera salomónico sobre lo que se puede comprobar que funciona y lo que no.

Si bien es algo que a estas alturas ya no sorprende, en los últimos meses entre la mayoría de programas derogados se encuentran aquellos orientados a incidir en contra de la pobreza de la mujer, si a ello le sumamos la situación de extrema violencia que día con día viven las mujeres en nuestro país; es claro que en la actualidad siguen existiendo dificultades para garantizar no sólo su seguridad e integridad física, sino para cerrar las brechas de género que permanecen abiertas entre hombres y mujeres.


Y, ¿por qué lo digo? La respuesta es simple, durante la segunda semana de marzo del presente año, hemos sido testigos de la desaparición del “Programa Escuelas de Tiempo Completo” (PETC) que surgió en el año 2002 y prevaleció durante los últimos tres sexenios. Si bien entre sus objetivos principales apuntaba a favorecer los aprendizajes esperados de las y los estudiantes, su importancia trascendía al lograr que más niñas y niños pudieran ser cuidados y atendidos en tiempo extraescolar, mientras que muchas de sus madres trabajaban. Se trata de esas madres, que, por ahora, tendrán que poner en entredicho si permanecer en un trabajo que demanda jornadas extensas y pagos más redituables, o debido a la carencia de lugares para dejar de manera segura a sus hijas e hijos –descartando que acudan a los brazos de sus abuelos como sugirió el Presidente -, tendrán que optar por empleos con jornadas más cortas.

Recientemente el CONEVAL dio a conocer que a partir de la crisis mundial provocada por la pandemia del SARS-COV2, la situación de la pobreza no sólo se agravó, sino que también se reflejó una reducción del empleo y un aumento de la brecha de género en el ámbito laboral.

 

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Por ejemplo, además de que el empleo en las mujeres cayó en un 2.8% respecto a los hombres, considerando la condición de maternidad y paternidad, en el periodo de 2016 a 2020 la participación económica de las madres de 21 a 45 años que se insertaron al mercado laboral correspondió al 50% de las mujeres en situación de pobreza, y 60% fuera de pobreza; mientras que en las mujeres sin hijos(as) su participación económica ascendió al 55% si se encontraban en situación de pobreza, y al 80% si estaban fuera de esta.

En contraste con los padres de las mismas edades, en donde la inserción laboral fue prácticamente el 100% independientemente de su situación de pobreza. Estos datos nos detallan que la inserción de las mujeres en el mercado laboral considerando aquellas que buscan trabajo durante los primeros años de vida de sus hijas e hijos, ha disminuido, contrario a que, para los varones pareciera que este factor no incide, ya que prácticamente todos los padres sin importar la edad que tengan sus hijas e hijos y su situación de pobreza pueden tener un empleo.

De la misma manera, durante la pandemia hubo un aumento en el trabajo relacionado con los cuidados que realizan las mujeres en el hogar, de sus hijas e hijos y personas de la tercera edad como consecuencia principalmente del cierre de estancias para su cuidado derivado de la contingencia -pero también por la desaparición de programas como el de Estancias Infantiles-. Por tal motivo la opción de las jornadas reducidas que les permitan a las mujeres desempeñar el trabajo doméstico, es una tendencia en nuestro país, misma que se vio reforzada de agosto a noviembre de 2020, ya que las mujeres eligieron jornadas de menos de 15 horas a la semana, lo cual resultó en un aumento de 395.3 mil trabajadoras, contrario al registro de empleos para mujeres en las jornadas más amplias que se redujo a 380 mil empleadas.

En materia de ingresos, de acuerdo con CONEVAL, las mujeres dependemos más que los hombres de fuentes indirectas o programas sociales. Cabe decir, como menciona el informe, que, aunque éstas transferencias se incrementaron durante el contexto de la pandemia de una manera significativa, no obstante, los montos totales de ingresos recibidos por las mujeres también significaron una reducción.

En términos monetarios, el monto total de las fuentes indirectas de 2018 a 2020 aumentaron en 38% para los hombres en pobreza, y en 33% para aquellos fuera de pobreza, mientras que los incrementos en las mujeres fueron sólo de 6% en situación de pobreza, y 10% en ausencia de esta; reflejando que existe también una brecha de género en los ingresos que como mujeres se nos asignan desde los programas sociales.

Ante esta situación, en la que son evidentes los desafíos que prevalecen, puede decirse que se está cometiendo un atentado en contra de las mujeres, ya que no sólo son las miles de desaparecidas, niñas, adolescentes, mujeres solteras, periodistas, etc., sino que ahora las mujeres que han decidido en su pleno derecho, adoptar la maternidad como parte de su vida, las que desgraciadamente no cuentan con políticas que les garanticen condiciones de equidad e igualdad para combinarlo con alguna actividad productiva.

Lo anterior, denota que aún con la apuesta que la administración gubernamental está realizando para implementar más políticas de transferencias directas (cuya estructura básica consiste en la entrega de recursos monetarios a la población objetivo que se encuentre en situación de pobreza CEPAL, 2011) como los programas “Bienestar de las niñas y niños hijos de madres trabajadoras” y “La Escuela es Nuestra”, en nuestro país, las mujeres mexicanas tenemos que enfrentarnos a la realidad de que tener hijos tristemente significa reducir de manera significativa nuestra participación económica, política y social.

Así, mientras que en otras latitudes del mundo ya es una realidad la aprobación de leyes que benefician las licencias de paternidad, para que los padres se hagan cargo de las labores de crianza durante los primeros meses de vida de sus hijas e hijos; en México, por ahora, continua pendiente la construcción de políticas públicas que más allá de la visión asistencialista -desde su diseño y capacidad operativa-, se comprometan a garantizar la provisión de servicios de cuidado, a través de leyes y regulaciones que favorezcan la compatibilidad de los roles que aún enfrentamos las mujeres en nuestras casas y en nuestros trabajos.

Tal parece que la frase de Bell Hooks cuando decía que El feminismo es para todo el mundo’ continuará siendo una agenda pendiente que no termina de consolidarse en México, ni ayer, ni hoy.

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