Opinión

De memoria

Reverte, el temerario…

Carlos Ferreyra

Leí en días pasados un relato corto del novelista Arturo Pérez Reverte, que sin duda cuenta con los elementos para hacerlo atractivo y más, creíble.
Escritor de excelencia de una simple visita a una cantina mexicana, hace una noveleta con los elementos necesarios de suspenso, mucha realidad y bastante buen humor. Los héroes, él y un amigo.
Imaginen al temerario hombre que como corresponsal de guerra vio cara a cara a la muerte infinidad de ocasiones. Y, como ahora, le sostuvo la mirada y triunfó, salió indemne.
Describe el cruce de la Plaza Garibaldi con la certeza de que se juega la existencia, por lo menos pone en riesgo de pérdida por asalto sus pertenencias personales. Pero la cruza y llega al Tenampa.
La mesa, entrando a la derecha, pegado a la pared, como mandan los cánones: es necesario tener a la vista el amplio campo donde en cualquier momento puede suceder cualquier cosa.
Y de hecho sucede cuando su acompañante y amigo, con tres Herraduras de más, descubre en la mesa frontal a una hermosa mujer. Un problema, está acompañada por un cristiano, también como corresponde a los cuentos heroicos, por un señor atejanado, enchamarrado al que se intuye la pavorosa pistola que usa para desembarazarse de molestias de todo tipo.
Las miradas oblicuas y las sonrisitas cómplices entre el cuate mexicano y la hermosa nativa, son presentidas por el feroz acompañante de la dama, que cambia lugares para quedar de frente a Reverte y compañía.
Eso no desavalorina al ebrio autóctono que decide visitar el baño para pasar junto a la pareja y dedicarle abierto coqueteo a la señora.
Momento de tensión, el supuestamente empistolado que, obvio, luce fiero mostacho villista o zapatista, se prepara para levantarse de su asiento, pero lo hace antes el escritor.
Se enfrenta al furibundo macho ofendido y en nombre de su amigo le explica que éste se encuentra muy briago, que se van a retirar y a la vez le obsequia un par de tequilas.
Entre risas divertidas del borrachín, lo mete en un taxi y se van de tan peligrosísimo territorio apache.
El cuento magistral como todo lo que imagina el laureado escritor, me recordó una visita a Puerto Vallarta. La invitación, a corresponsales extranjeros, por cuenta del gobierno del estado.
El día del arribo en un hotel nos ofrecieron la cena de bienvenida. La directiva de la Asociación, con esposas, en una mesa vecina a la del presidente municipal.
El jerarca estaba acompañado como es usual, de sus coleros. Colaboradores les dicen púdicamente. Y por la esposa del alcalde abiertamente empistolado a pesar de la guayabera.
Entre los corresponsales, el de EFE, española, José Antonio Rodríguez Couceiro y Vicky su esposa.
La señora del edil, todavía no se conocía el término, pero era una hermosa buchona, mujer apropiada para un concurso de belleza, sin duda.
Consciente de lo que cargaba, la dama excedía sus gestos coquetos pero con mucha distinción hacia José Antonio. Quizá repartía sus dones con El Pirulí, que era el centro del espectáculo artístico.
José Antonio era coquetón, así que sin ofender a las señoras de nuestra mesa principalmente a Vicky, con mucho disimulo sonreía y con delicadeza insuperable brindaba al aire.
Pero que se da cuenta el político. Preso de furia homicida fue a nuestra mesa, pegó un par de gritos, José Antonio se levantó y le respondió airado algo así como “si no quiere que la vean, déjela en el ropero”.
Seguro intervinieron las autoridades estatales que le dijeron al munícipe que estaba echando a perder esa labor de acercamiento con medios del exterior… así que lárgate. Y se fue.
Con el otro con quien coqueteaba la bella dama, Víctor Iturbe, El Pirulí, fue asesinado de un balazo en la cara en su residencia cercana a la ciudad de México, apenas unos días posteriores al incidente vallartense.
Oficialmente se aseguró que había sido conflicto entre narcos. El mandatario del centro turístico por la pura imagen y la acompañante, cumplía con requisitos para ser clasificado como tal…
La foto, obvio, es de José Antonio quizá en su primera estancia mexicana. Por cierto, hace un año se fue el querido, inolvidable galhego.

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